martes, 21 de junio de 2011

Carlos Bianchi analiza la final de la Copa Liberadores el miércoles por la noche



BUENOS AIRES -- Al ver la primera final de la Copa Liberadores el miércoles por la noche, tuve un primer pensamiento egoísta y relacionado con mi pasado en el fútbol: cuánto lamento que Vélez no haya llegado a esta instancia, porque lo veo superior a ambos equipos.
Pero dejemos de lado las preferencias personales: sabemos que el fútbol tiene esas cosas y que en las instancias decisivas lo que hay que hacer es equivocarse lo menos posible y acertar lo más posible. No fue el caso de Vélez y sí de los dos finalistas, que tienen todo su mérito en estar donde están.
Eso sí, la lógica de equivocarse poco arriesgando menos aún siguió vigente en la ida de la final, y por eso vimos un partido tan deslucido.
A pesar de jugar en su cancha, a Peñarol lo vimos hacer lo mismo que en todas las series de eliminación: no le gusta dominar, aun cuando tiene la ventaja d local y a todos los hinchas y el ambiente en su favor.
Peñarol no disfruta siendo el protagonista principal del partido, y prefiere asumir un papel de contragolpeador, buscando aprovechar la velocidad de Martinuccio. El problema es que si él no está en un buen día, inmediatamente se queda sin armas ofensivas, más allá de tratar de aprovechar al máximo cada pelota parada.
Jugando más sin la pelota que con ella, el equipo de Aguirre no trata de presionar arriba, y cada vez que pierde la posesión se acomoda hacia atrás, haciendo que el adversario sea quien asume el rol principal. Pasó con Universidad Católica, con Vélez y ahora con Santos.
Como esta manera de pararse le dio resultado y lo llevó hasta la final, es lógico y comprendo muy bien que Peñarol siga así: cambiar a esta altura es demasiado riesgo, y además el propio desarrollo de las series reforzaron este esquema, ya que en general estuvo en ventaja y pudo administrar los tiempos de sus partidos.
El problema es que del otro lado hubo un Santos que tuvo muy pocas ideas para resolver el acertijo defensivo que le plantearon en Montevideo. Sin Ganso, lesionado, con un Elano de buena técnica y pegada, pero que insinúa y no concreta en los momentos o en los lugares decisivos, y con un Zé Eduardo con muy poco peso propio, el equipo brasileño se convirtió en Neymar-dependiente.
Es cierto que Neymar es un gran jugador, pero todavía está en una edad en la que es demasiado tener que cargar con toda la responsabilidad de abrir un partido.
La situación de Neymar es similar a la de Messi cuando empezó a brillar: parece que se sintiera obligado en cada pelota que toma hacer LA jugada. El problema es que esa jugada se encuentra cuando menos se la busca, porque aparece sola cuando uno ya tiene la experiencia para elegir cuando tocar y cuando encarar.
Recuerdo que con Messi escribí algo parecido para una revista en la semana anterior al golazo que le marcara a Getafe, ese que se compara al de Maradona en el Mundial 1986 ante Inglaterra. De a poco, Messi consiguió recorrer el camino que lo lleva a ser, hoy, el mejor del mundo, entre otras cosas porque la enorme mayoría de las veces elige la mejor opción, no solamente para el sino para su equipo.
Neymar está, por momentos, perdido en ese laberinto de ideas y de opciones, recorriendo ese proceso que lo llevará a tener la madurez para juzgar qué debe hacer en cada situación. A los 19 años se le pide demasiado, pero tiene todas las condiciones como para triunfar.
En la vuelta y con varios recuperados (Leo, su capitán y quizás hasta Ganso), seguramente Santos tratará de ser protagonista... pero yo me cuidaria bastante. Peñarol tiene una gran cualidad, que es la de aprovechar al máximo los errores del adversario. Ya lo sufrieron la Católica y Vélez en carne propia.
El partido va a ser muy físico, los uruguayos son duros por naturaleza y los brasileños siempre les tienen respeto. Como recordé en la columna pasada, fui testigo del desempate de 1962, que ganara el Santos de Pelé y otros cracks en cancha de River, pero no antes de que un Peñarol también histórico forzara el tercer partido después de haber perdido en Montevideo.
Santos sabe muy bien que no tiene nada ganado y que tendra que generar muchas más chanches de las que creó como visitante si se quiere quedar con la Copa. Enfrente tendrá a un rival que, si bien tiene futbolistas de buen pie, los usa con cuentagotas, y en cambio privilegiará la marca y el despliegue para jugar el clásico partido con cuchillo entre los dientes.
Anticipo una final a un gol, muy pero muy cerrada, como de hecho fueron todas las series que ambos equipos disputaron en la fase decisiva. Peñarol siempre pasó con lo justo y Santos, curiosamente, había ganado siempre la ida y empatado siempre la vuelta. ¿Qué pasará ahora que se rompió esa racha? Lo sabremos la semana que viene.
Felicidades.

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