Ya no sólo ordena atacar Guardiola a sus jugadores en el terreno de juego, sino que él mismo se ha puesto la coraza, ha cogido el escudo y la espada y ha comenzar a repartir mamporros con un único objetivo: presionar a los árbitros y atacar al Madrid. Posiblemente huérfano de apoyo, Pep está cansado de que no haya un altavoz institucional que le venga a socorrer en esta parcela (Laporta se excedía, pero sabía jugar ese tipo de partidas) y el sábado rompió el protocolo que lo había colocado en los altares del barcelonismo y de la opinión pública general.
Tres días después de la final de Copa, echó en cara que el trofeo viajó a Madrid por "la excelente visión de un asistente (Fermín Martínez) que por dos centímetros había anulado el gol de Pedro", sin pensar (analizar fotos de la derecha) las veces que decisiones de tal mínima distancia habían beneficiado al Barcelona. Pero no sólo hay para los árbitros, también hay para Mourinho y sus tácticas: "Nos ejercitaremos en el Bernabéu para adaptarnos al césped alto", para luego rematar la faena: "Ellos son los favoritos. Lo tenemos todo en contra. Muy pocos aficionados apuestan por nosotros y se da por favoritos al equipo al que le sacamos ocho puntos".
Disgustado. Cuando Guardiola utiliza la ironía es sibilino. Así, cuando le comentaron la posibilidad de que Pedro Proença fuese el árbitro encargado de dirigir el partido del miércoles, su respuesta fue contundente y directa: "Mourinho debe estar felicísimo".
Pep ya no sólo responde de lo que más le apasiona, el fútbol, sino que cambió el discurso y habla de los árbitros.
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