sábado, 4 de diciembre de 2010

LIGA BBVA | OSASUNA 0 - BARCELONA 3 Tren, autobús y tres puntos Pedro y Messi marcaron los goles de un práctico Barça que sufrió de salida y mandó cuando llevó el partido a su terreno. Osasuna, animoso pero inferior, reclamó un penalti con empate.


Se jugó un partido que primero se iba a jugar, después a aplazar y vuelta a empezar. Se jugó tarde tras una jornada de largos cuchillos mediáticos y tráfico denso de noticias, dichos, redichos y opiniones. Se jugó después de un viaje contrarreloj del Barcelona, a Zaragoza en tren y a Pamplona en autobús. Pero se jugó. Hubo partido y lo ganó el Barça, el invitado cuya visita es para el anfitrión como recibir al dentista y el recaudador de impuestos, todo en uno: siete partidos fuera de casa, siete victorias. 21 puntos, 24 goles a favor, tres en contra. El tópico dice que hay partidos y campos en los que se ganan o pierden Ligas. Este era uno de esos partidos y el Reyno de Navarra es uno de esos campos.
Ganó el Barcelona porque supo llevar el partido a su terreno, al idioma en el que nadie le discute. Osasuna no fue una excepción. El Barça está de dulce y avanza ya con la quinta marcha metida tras un inicio de campaña extrañamente irregular. Lo de Pamplona no fue un monólogo como el de Almería ni una exhibición como la del Clásico. Fue más bien un ejercicio de lógica, una aplicación básica de la hoja de ruta más previsible. Para Osasuna quedó la resistencia tenaz a una muerte finalmente dulce, con anestesia general. El Barcelona le desconectó, le desanimó y le ganó por una aritmética más o menos sencilla, sumas y restas a partir de lo que había en el campo.
Había un puñado de dudas en torno al Barcelona de hoy: la gestión de la (feliz) resaca del Clásico, la capacidad de adaptación al medio tras un día tan extraño y un viaje con cierto aroma a disparate o el dibujo de Guardiola en un campo recio y un clima hostil, generalmente poco propicio para la lírica. El Barcelona respondió a todas esas cuestiones en su tránsito hacia el triunfo. No mostró señales de autocomplacencia o narcisismo y se puso manos a la obra con, eso sí, algunas desconexiones quizá relacionadas con la atolondrada llegada a Pamplona: imprecisiones, pérdidas y lagunas en los pies de Valdés, que le dio a Soriano un pase de gol que Soriano le devolvió manso y a las manos, asustado ante la magnitud de una ocasión que fue la ocasión de Osasuna, el punto crítico en el que pudo cambiar la dirección del partido. Por ahí se le escapó la fe. El nervio lo perdió por puro agotamiento y después de quedarse ronco en la protesta de un posible penalti de Pedro a Juanfran . Todo eso sucedió en el primer tramo del partido, cuando se jugó como quiso Camacho, con Osasuna fuerte en la presión y vertical tras la recuperación; Jugando entre líneas, buscando la espalda de los defensas y obligando a esfuerzos espaciados de Puyol.
En cuanto a la alineación, el último factor,Guardiola mandó un mensaje evidente al repetir el equipo del Clásico: toda la artillería y ninguno de los recursos que podía sugerir un partido previsiblemente de pierna fuerte (Mascherano, Keita...). La declaración de intenciones empezó a inclinar el partido. El resto lo pusieron los minutos y la lógica. Osasuna pasó de corajudo a espectador en cuanto el Barcelona le robó el balón. Apareció Messi, apareció Xavi, apareció Iniesta y Osasuna se descubrió, casi sin darse cuenta, aculado y en estado de hipnosis. El Barcelona meció el partido, acunó a su rival, generó un ritmo dulce y falsamente bajo y picó como una cobra en cuanto olió la ocasión: cabalgada de Messi, pase excepcional en profundidad y definición de unPedro al que otra vez se le caen los goles de los bolsillos tras un discreto inicio de curso. El canario es uno de los rostros de la actual bonanza del Barcelona. A partir de ahí, aún con tanto por jugar, lo que quedaba por delante era desalentador, hercúleo, para Osasuna.
En la segunda parte el guión volvió a lo previsto, sin giros argumentales ni sorpresas. Osasuna cada vez más lejos del balón y de Valdés, cada vez más colgado de la acción aislada, del milagro. Vivió de la esperanza, en un acto de fe que terminó en un visto y no visto, una contra que lanzó Villa y culminó Messi. El argentino se fue hasta Ricardo y le batió con esa suavidad que es marca registrada. Después marcó el tercero, ya sin partido y de penalti. Redondeó el resultado, embelleció la estadística y abrió unos últimos minutos en los que la goleada pudo ser de importancia a nada que Villa hubiera estado fino.
El Barcelona sigue líder y sigue en estado de feliz plenitud y excelente salud, incluso en su versión de llegar, ver y vencer. Fue un día largo, con muchas cosas difíciles de gestionar y explicar. Pero fue un día que tuvo un partido de fútbol y en él, en su lenguaje y bajo su mando, el Barcelona volvió a resultar incontestable. Fue mejor, fue práctico y fue fiel a sí mismo. Y ganó y se fue de Pamplona sin el ruido y la ceremonia de la ida pero con tres puntos de oro. En un partido de esos que valen para ganar Ligas y en un campo de esos en los que se pierden Liga.

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