Dos cabezazos marcaron el ritmo de la semifinal argentina. Estudiantes y Argentinos, 1-1.
-- Dos cabezazos certeros, unos cuantos deficientes, miles de centros y la pelota casi siempre en el aire. Estas no muy agradables características marcaron el desarrollo de la semifinal argentina de la Copa Sudamericana, que culminó con un empate festejado por Estudiantes y sufrido por Argentinos.
Argentinos y Estudiantes lucharon más de lo que jugaronEn el estadio Diego Armando Maradona se respiró clima de fiesta desde la tarde. La gente de La Paternal no ocultó su gran expectativa y esperanza. Algunos anunciaron: "Este es el partido más importante de los últimos diez años". Otros, un tanto más pretenciosos, no se pusieron colorados al espetar: "Es lo más grande desde la final contra la Juventus".
Lo cierto es que para todos los simpatizantes locales, este encuentro marcó una especie de volver a vivir, de renacer después de cinco promociones y varios años en el pozo de la B Nacional. Por eso y solo por eso, lo disfrutaron como el choque más relevante desde la reapertura del estadio de Boyacá y Juan Agustín García.
En el verde césped, el partido no se sumó a la fiesta que completó la enorme cantidad de gente llegada desde La Plata. La lucha, la pierna fuerte y las protestas abundaron en esta cálida noche.
Tardó Estudiantes en acomodarse al tamaño de la cancha, más pequeño que el del estadio Ciudad de La Plata. Sin embargo, en cuanto lo hizo, no tuvo problemas en controlar a un nervioso Argentinos, que casi nunca entró en sintonía durante la primera parte.
Hauche se mostró movedizo, pero muy inseguro con la pelota, Ortigoza no gravitó y Mercier estuvo demasiado atado. En ese panorama, el hombre más peligroso del local fue& un defensor. Sí, Sergio Escudero fue el único jugador que generó peligro para el arco de Andujar en el primer tiempo. El lateral fue protagonista de la ocasión más clara de gol, un bombazo que salió muy cerca del palo. Además, fue salida constante y demostró su buen criterio a la hora de atacar.
Estudiantes jugó al ritmo de Juan Sebastián Verón y con eso le alcanzó para dominar a Argentinos. El equipo de Leonardo Astrada hizo temblar a los locales cada vez que Benítez se paró frente a la pelota para enviar un centro. Alayes, Desábato y Boselli fueron las armas letales de los visitantes. Así inquietaron más de una vez a Sebastián Torrico.
A los 27, y por arriba, llegó el primer gol del encuentro. Alayes cabeceó el enésimo centro de Benítez, la pelota dio en el palo, rebotó en el arquero y besó la red. El 1-0 era merecido, por la serenidad que mostró el Pincha ante el nerviosismo de su rival.
Argentinos debía reaccionar y la mejor noticia para comenzar esa reacción fue la salida de Verón por un golpe en la pierna. Ingresó Iván Moreno y Fabianesi, pero nada fue igual para el conjunto platense.
A los tres del complemento Mercier igualó el partido. Centro no podía ser de otra manera- de Recalde y cabezazo del Pelado. Delirio en La Paternal, la gente despertó de su sopor y Argentinos recuperó la esperanza.
El segundo tiempo transcurrió entre intentos del local, apoyado en el buen trabajo de Mercier y Ortigoza, centros desde todos lados en ambas áreas y protestas. Cientos, miles de protestas, por cualquier cosa. Por un lateral o por un gol mal inválidado. Todo valía a la hora de cuestionar las decisiones de Alejandro Sabino, que, de más está decirlo, tuvo una noche para el olvido.
Leandro Desábato fue expulsado a los 28 minutos. A partir de ese momento, Estudiantes se aferró al empate y solo intentó atacar por intermedio de contragolpes comandados por Benítez y Boselli. Su adversario tenía la obligación de marcar otro gol, pero cuando lo hizo, el árbitro lo anuló de forma equivocada y entonces debió aprender a sufrir con el 1-1.
La primera semi argentina de la Copa Sudamericana dejó un sabor amargo en todos los que se acercaron al Diego Armando Maradona. Porque se esperaba más de dos equipos que volvían a una instancia semejante de un torneo internacional después de más de dos décadas.
Sus hinchas así lo entendieron y armaron una fiesta propia de un choque de esta relevancia, sin embargo, dentro de la cancha, el miedo a perder pudo más y la pelota conoció el cielo de La Paternal como nunca antes lo había hecho.
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